REGALOS ETERNOS

"Y toda contribución de lo [que es] sagrado, que los hijos de Israel ofrenden al Kohen (Sacerdote), de él [del donante] será" (Bamidbar 5:9).
Lo que una persona dona, puede que parezca como perdido para siempre. La Torá, en una forma oculta, usando adecuados nombres y pronombres en una misteriosa combinación, nos enseña un poco sobre lo que constituye el verdadero patrimonio de una persona, sobre lo que uno da y lo que realmente posee. La Torá nos dice acerca del diezmo: "Y toda contribución de lo [que es] sagrado, que los hijos de Israel ofrenden al Kohen (Sacerdote), de él será".
Lo que la Torá parece decir es que el donante ya no tiene más derecho sobre lo que entregó al Kohen. Entonces ¿por qué no decir claramente: "Lo que un hombre da al Kohen pertenece al Kohen"? Obviamente, hay una doble referencia unida al pronombre. ¿Qué es lo que subyace dentro de la doble alusión?
Rabi Betzalel Zolty, Rabino en Jefe de Jerusalem, de bendita memoria, relataba la siguiente historia:
El Rosh Ieshiva (director) de la Ieshivá Slovodka, Rabi Mordejai Epstein, estaba en 1924 en los EE. UU. recaudando fondos que eran muy necesarios para su Ieshivá. Durante su visita, recibió un telegrama urgente. Las autoridades de Lituania convocaban a los estudiantes de Slovodka para su conscripción al ejército. Rabi Nosson Tzvi Finkel, fundador y rector de la Ieshivá, tomó la decisión de abrir una filial de la Ieshivá Slovodka en la antigua ciudad de Hebron, en Eretz Israel. Enviaría allí a 150 alumnos para establecer la Ieshiva y de esa forma los liberaría del servicio militar en el enajenante y brutal ejército lituano. La monumental empresa requeriría una suma de 25.000 dólares para transporte, vivienda y el establecimiento de la Ieshivá. Rabi Epstein fue puesto al frente de la labor. Trató el asunto con un querido amigo de la Ieshivá, el Sr. Schiff quien de inmediato decidió aportar la enorme suma en su totalidad.
Años más tarde, en los comienzos de la década de 1930, la suerte se dio vuelta para el Sr. Schiff. Con el derrumbe de la bolsa y el desplome de precios de las propiedades, sólo fue cuestión de unos pocos meses hasta que se vio forzado a dejar su propio apartamento pasando a vivir en el sótano de un edificio que una vez había sido suyo, y subsistiendo con míseras raciones.
Entretanto, la salud de Rabi Epstein estaba decayendo y ya no tenía fuerzas para viajar. Su yerno, Rabi Iejezkel Sarna, hizo el viaje a los EE. UU. en su lugar a fin de recaudar fondos para la Ieshivá Slovodka. Él no sabía sobre la situación del Sr. Schiff hasta que el hombre se levantó para hablar en cierta reunión a beneficio de la Ieshivá.
"Mis queridos amigos", comenzó diciendo. "Yo no deseo estos infortunios comerciales a nadie. Invertí literalmente millones de dólares en toda suerte de negocios y todos han fracasado. No tengo absolutamente nada para mostrar de ellos. Pero hay una inversión que hice y que continúa dando frutos. He dado $25.000 para establecer una Yeshivá en Hebrón y esa inversión es la mejor que haya yo hecho en mi vida. Uno debe saber dónde invertir".
Cuando Rabi Sarna escuchó que el Sr. Schiff estaba literalmente en la bancarrota, le telegrafió a Rabi Epstein, quien rápidamente respondió y arregló todo para darle un préstamo de $5.000, a fin de que el Sr. Schiff pudiera levantar cabeza y comenzara a hacer negocios otra vez. A través de algunos generosos benefactores, Rabi Sarna consiguió ese dinero y fue directamente al pequeño apartamento del sótano donde residía el Sr. Schiff. Le explicó que Rabi Epstein insistía en que tomara estos fondos como préstamo.
El Sr. Schiff saltó de horror: "¿Qué quieren de mi vida? El único dinero que me queda son los $25.000 que di a la Ieshivá. ¿Quieren sacarme eso también?".
En su forma mística, la Torá nos enseña el poder del eterno regalo: "Lo sagrado de un hombre de él será y lo que un hombre da al Kohen de él será". Invertimos mucho dinero en este mundo. Trabajamos, compramos, construimos, gastamos. Pero ¿qué es lo que realmente poseemos? Al final del (así esperamos) largo día que llamamos vida, ¿qué podemos decir que es realmente nuestro? La bolsa se derrumba y los edificios se desmoronan. ¿Cuán real es entonces nuestro patrimonio?
La Torá nos dice que lo que un hombre da al Kohen, de él será. No dice: "pertenecerá al Kohen". Dice ¡de él será! Lo que invertimos en la eternidad espiritual, en difundir el eterno mensaje de Hashem, jamás se pierde, porque lo que invertimos para la eternidad, es una inversión eterna. Siempre quedará en nuestro poder.
(Fuentes: Rabbi Mordechai Kamenetzky, Parsha Parables -Project Genesis, Inc) Judaica Site

El sabio y los comerciantes

Una vez, viajaba un gran barco en el mar en el cual había muchos tripulantes. El barco partió hacia tierras lejanas, y las personas que había en él llevaban diversos tipos de mercancías para poder venderlas allí. Uno tenía grandes rollos de telas, otra fina loza hecha de oro y plata, otras alfombras y almohadas y otras valiosas joyas.
Se juntaron los comerciantes y comenzaron a charlar, y cada uno mostró la mercadería que traía, jactándose que la suya era la mejor de todas, y que por ende sería el que más ganancias habrían de obtener. Sin embargo, había en el barco una persona que no contó nada acerca de su mercadería, ni participó de aquella charla entre comerciantes. En su mano llevaba únicamente un libro, y lo leía sin prestar ninguna clase de atención a lo que sucedía a su alrededor. Al principio lo dejaron en paz, mas luego que transcurrió largo tiempo del viaje, y las personas se empezaron a aburrir, se dirigieron a él y le preguntaron acerca de la mercadería que él llevaba.
Aquel hombre no era un comerciante sino un sabio Rabino. Pensó un poco en qué es lo que debía de contestarles y entonces les dijo: yo tengo una mercadería mucho mejor que la que tienen ustedes, pero la escondí en un lugar donde nunca la van a poder encontrar.
Inmediatamente le preguntaron: ¿Por qué no nos la muestras como hicimos cada uno de nosotros? Les contesto el sabio: ya llegará el tiempo en que verán la clase de mercadería que yo llevo.
Se dirigieron los comerciantes a buscar la mercadería de aquel sabio por todo el barco, mas no encontraron absolutamente nada. Se burlaron de él los comerciantes y le dijeron: en vano te vanaglorias de tu mercadería. Tu no tienes ninguna mercadería ... Escucho el sabio aquellas palabras y simplemente calló.
Sucedió un día, que unos piratas se adueñaron del barco robándose todas las mercancías de aquellos comerciantes, dejándolos vivos únicamente con la ropa que ellos llevaban puesta.
Al llegar el barco finalmente a su destino, aquellos ricos comerciantes no tenían ni siquiera dinero para comprar un trozo de pan. El sabio en cambio, se dirigió al Beit Hakneset del lugar, se busco un asiento y se dispuso a estudiar Torá. Vieron las personas del Beit Hakneset que había llegado un rabino de una tierra lejana y comenzaron a hacerle muchas preguntas. El contestó acertadamente a cada una de las preguntas, y ellos estaban sumamente contentos y regocijados con su presencia. Lo invitaron a sus casas para que coma junto a ellos, le dieron varios regalos y le pidieron que se quede con ellos para así transformarse en el Rabino de aquel lugar. Le prometieron que le darían una casa y que le suplirían todas sus necesidades. Aceptó el Rabino aquella oferta, y con gran júbilo lo acompañaron felices a lo que sería su nueva casa, tal como si se tratase del mismísimo Rey en persona.
Los comerciantes que habían bajado del barco y que aún se encontraban mendigando en las calles de la ciudad, al ver a aquel sabio le dijeron: “¡Ayúdanos por favor! Tu sabes que éramos ricos comerciantes y que los piratas nos robaron todo. Cuéntales a las personas de la ciudad sobre nosotros para que al menos nos den un trozo de pan, pues estamos realmente sumamente muy hambrientos”. Se dirigió a ellos el sabio y les dijo: “¿Ven ustedes como mi mercancía es mejor que la de ustedes? La Torá que estudie es la mejor mercancía que existe en el mundo, y es en mi cabeza donde la escondí. Ningún pirata del mundo me la podría quitar y fue gracias a ella que estoy recibiendo el trato tan honroso que estas personas me están brindando. Mas no se pongan tristes por vuestra situación les dijo el sabio, pues yo pediré a los ciudadanos de este lugar que los ayuden para que también vuestra situación mejoré”. Solicitó el rabino a los integrantes de la comunidad para que los ayuden, y por el respeto que le tenían al nuevo Rabino, inmediatamente así lo hicieron. Les dieron ropa y comida, y también dinero para que puedan regresarse a sus casas.
De esto aprendemos que la Torá es más preciosa que las perlas, y que es la única y verdadera riqueza que acompaña al individuo, la cual jamás nadie se la podrá robar.

Todo lo que HASHEM hace es para bien.

Una vez, salió Rabí Akiva al camino y llevo con él a un burro, una gallina y a una candela.
¿Para qué llevó al burro? Para poder viajar sobre él cuando se canse, y también para poder colocar sobre él a sus paquetes.
¿Para qué se llevó a la gallina? Para que lo despierte a la madrugada y pueda aprovechar eficazmente su día.
¿Para qué se llevó a la candela? Para que pueda encenderla en la noche y pueda estudiar Torá a su luz.
Se levantó Rabí Akiva, rezó y salió al camino. Recorrió Rabí Akiva un largo trecho, y al hacerse la noche llegó a una ciudad donde buscó hospedaje para poder pasar allí la noche. Sin embargo, en dicha ciudad no habían hospedajes ...
Pidió Rabí Akiva a las personas de la ciudad que le brinden un lugar en sus casas donde poder dormir, mas ellas le dijeron que allí no había lugar para él y que se retirase.
Quedose Rabí Akiva parado solitario en medio del frío de la noche, sin que persona alguna le ofreciera su casa para cobijarse en ella. A pesar de su incomoda situación, inmediatamente dijo Rabi Akiva: todo lo que Hashem hace, lo hace para bien. No quiso Rabí Akiva permanecer en aquella ciudad donde sus habitantes eran personas tan malvadas e inhospitalarias, y decidió retirarse al bosque donde busco un lugar debajo de un árbol para pasar allí la noche. Encendió allí su candela y le dio de comer a su gallina y a su burro.
Se sentó a la luz de la candela y se dispuso a estudiar Torá, habiéndose olvidado por completo que se hallaba sólo en medio del bosque.
De pronto, escuchó Rabí Akiva un terrible rugido y vio como un enorme león se abalanzo ferozmente sobre su burro, devorándole.
Sorprendido y atemorizado por aquel trágico suceso, de pronto se percató que apareció un gato en medio del bosque el cual atacó diestramente a su gallina devorándola. Antes de poder levantarse para ir en auxilio de su gallina, sopló un fuerte viento que apagó completamente su candela.
Increíblemente, en unos breves instantes, se quedó Rabi Akiva sin su burro, sin su gallina y sin su candela.
A pesar de todo ello, igualmente dijo Rabí Akiva: todo lo que Hashem hace lo hace para bien.
De pronto, escucho un gran ruido de gritos y alaridos provenientes de la ciudad, que hace tan solo unas horas había tenido que abandonar.
¿Qué había sucedido en la ciudad aquella noche?
A la mañana siguiente, se enteró Rabí Akiva que sus enemigos la invadieron sorpresivamente a la misma tomando como prisioneros a todos sus habitantes.
¿De que más se enteró Rabí Akiva además?
Que de camino a la ciudad habían pasado aquellas personas por el bosque al cual él se había dirigido para pasar la noche.
Dijo Rabí Akiva: ahora entiendo perfectamente todo lo que me sucedió y comprendo perfectamente que todo lo que Hashem hizo lo hizo para bien. Si el león no se hubiera comido al burro y el gato no hubiera cazado a la gallina, estos hubieran emitido sus sonidos tradicionales al percibir a personas acercándose, y sin lugar a dudas me hubieran descubierto. Respecto a la candela, si ésta no se hubiera apagado con el viento, hubiera iluminado la oscuridad en medio de la noche y ellos me hubieran tomado también a mi como prisionero.
Le agradeció Rabí Akiva a Hashem por haberle salvado tan milagrosamente su vida, y continuó con optimismo su camino recordando siempre que: todo lo que Hashem hace lo hace para bien.

MAASE SEMANAL


“La sabiduría del Rambam”

“Desde Moshé hasta Moshé no hubo como Moshé”. Esta frase está escrita en la lápida de Rabenu Moshé Ben Maimón (El Maimónides) en la ciudad de Tiberia, haciendo alusión a que sólo él pudo compararse en parte a la gigantesca personalidad de Moshé Rabenu. El Rambam (iniciales de Rabenu Moshé Ben Maimón) es uno de los judíos más célebres de la historia; no sólo reconocido por nuestro pueblo, sino también por la humanidad toda.

Su monumental obra literaria lo ubica en la cumbre de los eruditos de la Torá, pues hasta el día de hoy se escriben comentarios sobre sus libros, y cuanto más pasa el tiempo, sus postulados cobran mayor actualidad. Su coeficiente intelectual alcanzó niveles de leyenda; numerosas anécdotas lo muestran como un sabio de proporciones asombrosas. A continuación presentaremos una de ellas, en la semana en que se conmemoró el aniversario de su fallecimiento (20 de Tebet).

El Rambam servía como médico de la corte del sultán, y eso no podía ser aceptado por el resto de los médicos no judíos, que pugnaban por acceder a ese puesto tan importante. Los que pertenecían a ese país árabe, los que habían nacido ahí, llevaban varias generaciones establecidos, se veían desplazados por un extranjero, y para colmo... judío. Siempre trataban de persuadir al sultán de que se había equivocado en nombrar al Maimónides como su médico de cabecera. Cierta vez se presentaron todo los médicos árabes en el palacio y abordaron al sultán para poner en práctica un plan.
“Su majestad”, le plantearon: “Habiendo tantos y tan renombrados médicos árabes en su reino, ¿por qué mantiene a un judío como su hombre de confianza?”.
El sultán no los dejó terminar de hablar: “Ustedes hablan de envidia. El Maimónides es el médico más sabio que haya existido. Mucho más que cualquiera de todos los que ha habido en nuestro reino”.
“Con vuestro permiso, hemos de demostrarle a su majestad que nosotros conocemos la ciencia médica mucho mejor que él”, dijo uno de los médicos con una enigmática sonrisa en sus labios.
“Adelante. Si me demuestran que el Maimónides ignora algo que ustedes saben, lo quito de mi corte”.
El médico respondió con una reverencia: “Así se hará, su majestad. Mañana nos veremos aquí. Y os ruego que el judío también se haga presente”.
Al día siguiente, se encontraba el sultán sentado en su trono, con el Rambam a su lado como era su costumbre. Aparecieron los médicos, y luego de saludar, anunciaron: “Su alteza, ahora verá un experimento asombroso”.
Se hicieron a un costado y dejaron pasar a un hombre que se trasladaba dificultosamente por medio de un bastón, con los ojos cerrados.

“Quien tenemos aquí es ciego de nacimiento. Le daremos de beber esta medicina que hemos preparado, y en instantes sus ojos gozarán del sentido de la vista por primera vez”.
El Rambam le susurró al oído al sultán: “Es una trampa. Quien carece de la visión desde que nació, jamás en su vida verá”.

El sultán no respondió. También existía la posibilidad de que el Rambam no estuviera actualizado en los conocimientos de medicina.

Se produjo un silencio. Varias personas invitadas permanecían expectantes ante tan extraordinario acontecimiento. El ciego, que a duras penas se ubicó en el centro del recinto, abrió su boca obedeciendo la orden de los médicos. Éstos vertieron dentro de ella el contenido del frasco, y luego de unos segundos... se produjo el milagro. El hombre comenzó a abrir sus ojos y ante el estupor de todos los presentes, exclamó: “Puedo ver. Es increíble, puedo ver perfectamente”, mientras iba de un lado a otro después de haber arrojado el bastón a un costado.
El sultán quedó impresionado. Realmente eso sí era una hazaña por parte de los médicos árabes. Y lo peor era que el Rambam le había dicho que no podía ser posible. ¿Había llegado el momento de despedirlo? Y, aparentemente, el mismo Rambam admitió su derrota. Se paró de su asiento y se acercó al hombre.
“Yo también estoy maravillado. ¿Acaso puede ver todo claramente?, le dijo. El ciego desafió: “Pregúnteme lo que quiera”.

El Rambam dio unos pasos hacia atrás y sacó un pañuelo de su bolsa. “Dígame que es esto y de qué color es”. “Es un pañuelo, y de color rojo”.
Al tiempo que todos los presentes hicieron oír una expresión de asombro, el Rambam guardó su pañuelo y declaró: “Su majestad, quedó demostrado que tanto este hombre como los médicos que representaron esta burda comedia, son todos unos farsantes”.
“¿Por qué dice usted eso?”, quiso saber el sultán.
“Una persona que nació ciega no tiene la más mínima idea de cómo son los colores. Ni siquiera sabe que existen, y por más que le expliquen, jamás lo entenderá”.
Los médicos desaparecieron inmediatamente, ante la carcajada general. Y Rabenu Moshé ben Maimón se afirmó en la corte del sultán más que nunca, confirmando aquello de que Hashem protege a Sus queridos y no permite que ninguna calumnia triunfe sobre ellos.

Extraído de Hanesher Hagadol